Y aquí estoy,
fundida en una segunda piel, sécula,
con un pegamento tremolante,
y esa extensa luz cándida que es tuya, tuya y mía.
¡Es la eyección de la vorágine que me das!
ni la praxis más cautelosa es tan sumisa como tu mirada.
Te acercas con mi condena entre tus dedos,
Te acercas con mi condena entre tus dedos,
y antes de que hagas algo, te digo:
¡Muérdeme y no me des tregua!.